El próximo marzo se cumplen cuatro años desde que Yolanda Díaz asumió el liderazgo de Unidas Podemos forzada por la repentina marcha de Pablo Iglesias. El espacio político llevaba tiempo en retroceso y la figura de la ministra de Trabajo, que había desempeñado un papel destacado con el despliegue de los ERTE en la pandemia, comenzaba a despuntar. Quedaban aún dos años para las generales, estaba todo por hacer y en la izquierda se volvía a hablar de unidad. Apenas unos meses después, el CIS la colocaba ya como la líder política mejor valorada, por delante de Pedro Sánchez, y la segunda preferida por los españoles para dirigir el país. Entre aquellos datos y los que hoy sitúan a Sumar entre un 5,1% de intención de voto, según el último barómetro de 40dB. para EL PAÍS y la SER, y el 6,5% del CIS, han pasado ocho convocatorias electorales, la formación de un nuevo Gobierno, una ruptura con Podemos y el paso a un lado (a medias) de Díaz. Pese al desgaste —la formación obtuvo el 12,3% de apoyos el 23-J—, la vicepresidenta sigue siendo la segunda dirigente con mayor puntuación y ahora ha vuelto a la primera línea acentuando sus diferencias con el PSOE para pelear la reducción de jornada y la subida del salario mínimo, medidas a las que se aferra para sacar a la izquierda del letargo. Pero el espacio, sin un liderazgo claro para el futuro y fracturado en dos, hace más difícil revalidar un Gobierno progresista. Con la incógnita, además, de si Sumar seguirá cayendo o ya está en su suelo electoral.