Catástrofe viene del vocablo griego katastrophé, que no se ajusta del todo al sentido vulgar del término. En su versión original alude a un giro negativo de los acontecimientos; literalmente, una “vuelta hacia abajo”. Aristóteles lo utiliza en su Poética para referirse al momento en el que en la trama de una narración se produce el cambio hacia un desenlace desafortunado, el instante en que hace su presencia la tragedia, cuando todo “se tuerce”, como diríamos en lenguaje coloquial. Es también el instante en el que se produce una “revelación” (anagnórisis), cuando el héroe toma conciencia de sus errores y de la desdichada irreversibilidad de los acontecimientos. El sentido que esta representación debe tener para los espectadores es que les conduzca hacia la catarsis, que es la vez una purificación de las pasiones y un aprendizaje. Porque el hombre puede aprender a través del sufrimiento, tiene la capacidad de llegar, gracias a esta iluminación, a comprenderse a sí mismo, a sus semejantes y las condiciones de la existencia, e incluso qué deba hacer ante ella.