“¡Susana! ¡Susana!”, gritaba con todas sus fuerzas Jorge cada 15 minutos desde su balcón de la calle Padre Luis Méndez, en Sedaví (10.600 habitantes), el pueblo de desembocadura de la riada que el pasado 29 de octubre arrasó la comarca valenciana que colinda con el barranco del Poyo y el río Magro. Sus gritos eran acallados en medio de la oscuridad por la estruendosa avenida de agua lodosa, cargada de todo cuanto había arrastrado a su paso. Pero, como si de su eco se tratara, las vecinas del segundo y el tercero del edificio de enfrente repetían desde sus terrazas: “¡Susana! ¡Susana!”. Hasta que sus voces llegaban a los oídos de la deportista Susana Pareja (51 años), encaramada a la reja de una ventana de un bajo, a escasos 30 metros de su casa y con el lodo por la cintura. Ella, enganchada a los barrotes junto a su amiga y vecina Vanesa, respondía: “¡Estoy bien! ¡Estamos bien!”. Y como el eco, su mensaje regresaba por los balcones: “¡Está bien!”, “¡Están bien!”.