“El día 11, como de costumbre, por la noche continuamos el viaje. Era imposible poder caminar. Los niños inocentes gritaban, a las madres, cuyos hijos habían desaparecido de su lado, se les desgarraba la garganta llorando y gritando por encontrarlos, era imposible lograr tal propósito en medio de tanta muchedumbre […] Al final de tanta peripecia sufrida pudimos llegar a un pueblo llamado Adra, provincia de Almería, al amanecer del día 12, donde estuvimos todo el día como de costumbre, para caminar por la noche para librarnos del peligro de las ametralladoras de la aviación Italo-Germana, la cual bajaba a una altura de 150 metros desde donde ametrallaban horriblemente, sin compasión y sin piedad ninguna allá donde había gente. Hacían prueba del salvajismo más horrible que un hombre con conciencia humana pudiera cometer”.