Guillermo debe andar sobre el 1,90 de altura. Por eso se asustó de veras cuando, después de coger a toda prisa cuatro cosas de la zona más alta del armario y ponerlas a salvo (el móvil, la documentación, un desodorante Byly) vio que el agua que había ido entrando por las rendijas de su casa le cubría hasta por encima de la cintura. “Por aquí”, dice, y señala el lugar donde empieza un dibujo del espectro de los Cazafantasmas. Guillermo vive en una planta baja en el centro de Aldaia, una localidad de 31.000 habitantes junto a Valencia, que la noche de este miércoles, apenas 24 horas después del paso de la dana, sigue con los pies cubiertos de fango. La angustia se apoderó de él cuando vio que el agua, que había puesto a bailar sin rumbo los muebles de la casa, tenía ya tanta fuerza que le impedía abrir la puerta. Si no salía pronto, moriría ahogado.