Alguien tendría que estudiar el empecinado empeño de muchos creadores por dotar a la cocaína de unos valores que no posee. El consumo de esta droga se disparó en España hace décadas hasta posicionarnos como uno de los mayores consumidores mundiales. Casi siempre, el relato que la acompaña señala a diversión desmesurada, eficacia laboral y sexo antológico. La realidad es completamente opuesta: destrozo psicológico, fraude profesional y ruina sexual. La pregunta es: ¿por qué tiene tan buena imagen? ¿Por qué ese empeño por retratarla en los picos festivos e inspiradores? La narrativa en el tiempo en que vivimos persigue la explosión del presente, pero carece de profundidad para hablar de las consecuencias. El futuro es necesariamente el código que debemos desvelar para dotarnos de unas instrucciones de uso, pero, en cambio, seguimos aún peleándonos por imponer un relato del pasado, ya sea el colonial, el nacional, el personal, acorde con la pasión ideológica de hoy.