Desde siempre, o al menos desde 1815, Waterloo ha sido nombre de batalla. Cuando a inicios de 2018 Carles Puigdemont decide instalarse en una mansión en la avenida de l’Avocat de esta localidad al sur de Bruselas, es probablemente consciente de las connotaciones del lugar elegido, bien salpicado de la épica de todas las guerras. Quizás es su propia épica, la del exilio, la que le lleva allí.