Hay una cita célebre, que siempre vuelve, cada vez que se habla del desaparecido coro pétreo de la Catedral de Santiago, obra cumbre del taller del Maestro Mateo, junto al Pórtico de la Gloria, al que complementaría en su estética y mensaje iconográfico. La escribió en 1605 Mauro Castellá Ferrer, después de ser testigo del desmontaje de esta estructura románica que se extendía por los cuatro primeros tramos de la nave central de la basílica. Teóricamente se desmantelaba para adecuar el espacio de culto a los mandatos del Concilio de Trento, concluido 40 años antes. “Se ha deshecho el más lindo coro antiguo que había en España”, lamentaba aquel escritor contemporáneo de la gran pérdida patrimonial. Tal fama de bello tenía que, desde que hace más de un siglo se abrió el cofre del tesoro y empezaron a aflorar —aquí y allá, en diferentes obras en el templo— las piezas que componían aquel soñado coro pétreo de la catedral gallega, distintos estudiosos del arte románico han querido encajarlas. Se trataba de recomponer, sin muchas pistas, el rompecabezas en que se convirtió esta construcción tras su desmantelamiento entre 1603 y 1604.