No llovía y, de repente, llovía. O eso les pareció a quienes, la noche del martes, escucharon el rugido amenazador del agua en Aldaia, una localidad al sur de Valencia devastada por la gota fría pese a que no registró precipitaciones. Los vecinos miraron al cielo sin hallar noticias del temporal. Solo después miraron al suelo, donde una ola de agua dulce que había recogido la tormenta furiosa en el interior avanzaba y crecía en altura y amplitud hasta hacerse imbatible. La corriente aprovechó una autopista: el barranco de la Saleta (aquí lo llaman el barranquet), la amenaza eterna de un pueblo que ha pedido una y otra vez alejarlo del núcleo urbano. Por un momento, Mamen Peiró y su familia pensaron que su casa, asomada al barranco, se había transformado en un apartamento en primera línea de costa. “Parecía que estábamos en mitad del mar. O en una cascada”.