Joaquín Aguirre simboliza como nadie la idea de que los jueces son inamovibles. Mientras sus colegas de promoción han ido subiendo peldaños en la carrera judicial, él ha preferido quedarse en el lugar de siempre, en la trinchera, magistrado a perpetuidad como lo han sido, a menudo, sus investigaciones, que se eternizan sin llegar siempre a buen puerto. Nacido en Canarias, Aguirre lleva 36 años al frente del juzgado de instrucción número 1 de Barcelona. Es el más veterano. Pero, con la jubilación en el horizonte, su final de etapa no está siendo plácido ni lucido. Ha recibido la reprimenda de sus superiores, los magistrados de la Sección 21ª de la Audiencia de Barcelona, en las dos grandes causas que investiga actualmente: los pagos millonarios del Barça al exvicepresidente de los árbitros españoles y, sobre todo, la supuesta “trama rusa” del procés. El juez, sin embargo, no da su brazo a torcer: acaba de reabrirla esta misma semana, por un delito de traición, pese a haber recibido la orden de acabar ya la instrucción.