Felipe VI lo tuvo claro: el símbolo de la unidad y permanencia de España no podía callar ante el desafío secesionista. Sabía que cuando hablara ya no habría marcha atrás. Y no le tembló el pulso
Felipe VI lo tuvo claro: el símbolo de la unidad y permanencia de España no podía callar ante el desafío secesionista. Sabía que cuando hablara ya no habría marcha atrás. Y no le tembló el pulso