Hay cosas que solo se ven cuando estás parado, cuando no tienes prisa, o cuando no puedes tenerla. Llevo más de dos horas de pie, quieto, a la orilla de la Albufera, en una carretera estrecha que lleva a El Palmar, una pedanía de apenas 700 habitantes que los fines de semana se multiplica por diez porque hay 33 restaurantes y la gente viene aquí a comer paella y a pasear en barca, aunque ahora las únicas que pueden navegar son las lanchas de salvamento de la Guardia Civil, de la UME o de los bomberos voluntarios –en este caso de Bilbao– que tratan de encontrar los cadáveres de las personas fallecidas en la riada.